lunes, 2 de febrero de 2009

■ En emotivo ambiente, la gente disfrutó del Cinturón de Orión y de Venus, desde el Zócalo
■ La Tierra se acercó un poco más al cielo, comenta José Franco, director del IA de la UNAM ■ Pese a los años de observación, los astros no dejan de sorprenderme, dice Manuel Peimbert

La Jornada
Laura Poy Solano y Ángel Bolaños


En el encuentro con la bóveda celeste el sábado 31 de enero En el encuentro con la bóveda celeste el sábado 31 de enero Foto: Francisco Olvera

Al llegar la oscuridad miles de rostros miraron hacia el cielo. Entre gritos de exclamación, con el brazo extendido, apuntaban al Cinturón de Orión, Venus o Sirio. Fue el momento de mayor intensidad de la llamada Noche de las Estrellas, cuando poco a poco, a las 22:40 horas del pasado sábado, las luces de Palacio Nacional, el Ayuntamiento y la Catedral Metropolitana se apagaron, dejando casi en total oscuridad la plancha del Zócalo de la ciudad de México.

Reunidos en pequeños grupos y hasta recostados en el piso, los asistentes comentaban entre sí lo que descubrían al mirar hacia el cielo, a pesar de una persistente nubosidad que hizo aún más difícil descubrir una estrella.

Fueron insuficientes los casi 15 minutos de oscuridad para las miles de personas que deseaban observar el cielo, aunque fuera por un momento, a través de un telescopio en la penumbra casi total del Zócalo capitalino. La emoción era tan grande que más de un espontáneo pidió “echar un ojo” a quienes trajeron sus propios telescopios, ante las largas filas para poder acceder a alguno de los 50 instrumentos instalados en la explanada.

También hubo quienes aprovecharon el momento para sacar sus cámaras fotográficas e intentar captar la luminosidad de las estrellas y de la Luna, en medio de rechiflas generalizadas porque no todas las fuentes de luz fueron apagadas, como el reloj que marca los días y horas que faltan para la celebración del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución mexicanas.

En medio de la penumbra el astrónomo Manuel Peimbert Sierra, investigador emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), extendió el brazo hacia el cielo para identificar algunas estrellas. “Dejen sacar mi láser a ver si podemos señalarlas”, dijo antes de disparar un haz de luz azul hacia el horizonte.

“Ése es Sirio –afirmó frente al grupo que lo rodeaba, algunos atraídos por la perfecta línea azul proyectada en el cielo–. Es la estrella más brillante después del Sol, tiene 10 mil grados de temperatura. Ésta es Rigel, tiene 25 mil grados. Éste es el Cinturón de Orión, y ésta es Betelgeuse, que es una estrella roja, a 3 mil grados.

“El color –prosiguió– tiene que ver con la temperatura. Los objetos blancos están a 10 mil grados, los azules están a 25 mil y los rojos a 3 mil. El Sol está a 5 mil 800 grados y por eso es amarillo.”

En un momento el científico mostró que, a pesar de muchos años de observarlos, los astros, como a los niños, no han dejado de sorprenderlo: “¡Ah!, miren qué bonita Luna cerca del horizonte”.

Los abucheos del público se volvieron escuchar cuando a las 22:55 horas comenzaron a encenderse lentamente las lámparas de las calles y edificios públicos. Los gritos de “¡apaguen la luz!” eran insistentes.

Esto demuestra, aseguró José Franco, director del Instituto de Astronomía de la UNAM, “el hambre que tiene la gente de espectáculos como el que nos ofrece el cielo, porque ésta fue la primera noche en que acercamos al saber astronómico a miles de personas, y con ello la Tierra se acercó un poco más al cielo”.

Recordó que en otros 23 puntos del país también fueron convocadas miles de personas para participar en una noche de observación astronómica.

El acto incluyó una conferencia magistral del astrónomo Luis Aguilar, la proyección de pequeños videos producidos por Teveunam, así como la música y danza de Jorge Reyes, creadas para esta ocasión y en las que recuperó la importancia de la astronomía en las culturas prehispánicas.

De acuerdo con Bárbara Pichardo, catedrática del Instituto de Astronomía de la UNAM, en la plancha del Zócalo se reunieron 120 de los 200 astrónomos profesionales que hay en el país. Uno de ellos, Manuel Peimbert, quien destacó la espontaneidad y curiosidad de los niños asistentes: “Son sensacionales”.

El científico se refirió a una de las preguntas que plantearon los pequeños: “¿Por qué no se nos han caído las estrellas encima si hay fuerza de gravedad?”

Constante cosmológica landa

Más que ingenuidad, el experto advirtió gran profundidad en la interrogante, “porque, aunque de otra manera, es la misma que se hizo Einstein en 1917 cuando se creía que el universo era estático. El físico dijo: ‘¿Por qué las galaxias no se han caído encima de la nuestra?’ Es que la fuerza de gravedad a grandes distancias tiene una componente de repulsión y la llamó la constante cosmológica landa”.

–¿Le han preguntado por qué es astrónomo?

–Sí, varias veces, y la respuesta es larguísima, podría ponerme a hablar 10 o 15 minutos.... no fue por vocación, sino porque al trabajar en un problema sencillo de astronomía, que terminó en una nota de investigación, empezó a gustarme la astronomía, lo cual me motivó para estudiar matemáticas y física.

En una carpa denominada Conoce a los astrónomos estaba un retrato del científico universitario, así como de los precursores de la astronomía en México, como Paris Pishmish, Guillermo Haro y Luis Enrique Erro.

Así concluyeron más de cinco horas en las que miles de personas se dieron cita para observar la bóveda celeste, en el acto con el que arrancaron los festejos en México por el Año Internacional de la Astronomía, que se celebrará en más de 140 países.

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